Recordamos las fiestas de la movida molinense de los años 80 y 90 de la mano de Paco Ayuso
Si tuviera que poner unas fechas a las fiestas de mi juventud, tendría que irme entre 1980 al año 2000, o lo que es lo mismo, de mis diez años a los treinta. Recuerdo aquellas fiestas de los primeros años de la década de la movida, la feria y las actuaciones se ubicaban en la hoy plaza de España, entonces llamado reciento de la compañía, con los restos de la Casa de la Compañía que aún estaban en pie en la época, poco después la feria (1982), era trasladada a la hoy avenida principal del parque de la compañía cuando era un inmenso solar, ya cercado, los conciertos se seguían haciendo en la hoy plaza del ayuntamiento.
Aquellos maravillosos años 80
Los coches de choque siempre amenizados con la música de Iván y su fotonovela, era nuestra gran atracción, antes al montarla, los niños ayudábamos a los feriantes a descargar los camiones cuando llegaban, era cita obligada cuando llegaban a montar la feria, les ayudábamos a cambio de unas fichas el día inaugural. Las primeras grandes atracciones que recuerdo, fue la llegada del Zig-Zag o la Barca por el año 1984 aproximadamente, que iban quitando poco a poco protagonismo a la Noria, mientras el paseo rosales se llenaba de tómbolas, al grito de los tomboleros en sus altavoces con aquel: “¡al loro, al loro, que te va a tocar, otro perrito piloto, que gozada que alboroto y todo, por otro perrito piloto!, o quiero una chochona, me gusta la chochona, qué guapa la chochona, yo quiero una chochona…..” La chiquillería, cuando ya se nos había gastado el dinero para la feria, pasábamos horas y horas delante de las tómbolas, viendo aquellos primeros equipos de música, las bicicletas, los machetes, el reloj calculadora, el scalextric, el cinexin o una televisión o un video beta, que adornaban sus paredes, eso sí, donde solo te tocaba el machete como mucho.
Si hay un concierto que nunca podré olvidar, a pesar de mi insultante juventud por entonces (13 años), sería el de Barón Rojo que marco época, aquel septiembre de 1983, y donde nos colamos por un agujero que habían hecho en los aseos, allí me colé con mis amigos, Pedro Gadea de calzados Jeromín, el rubio Juanfra de la ferretería de la plaza de los taxis, el Pichi Morenilla de Correos, el Garay de la pescadería, el Luis Galindo de los piensos Galindo, Mateo Caballero, alguno más que olvidaré seguro y un servidor. Todavía recuerdo el alboroto por las calles, dos años después, cuando Bertín Osborne allá por 1.985 salió a pasear por las calles de Molina, aquel gigantón, jovenzuelo y guapo por naturaleza que recibió toda clase de piropos femeninos en su paseo, esa noche actuaría en el recinto de la compañía, con su canción estrella, “necesito una amiga”.
En 1.986, aquel maravilloso concierto del grupo molinense Tomato con su “Yesería”, para después hacerlo Ilegales y su “Cara de Conejo” en la hoy plaza del pensionista, y es que por entonces también había conciertos gratis y muy buenos.
Ya con la construcción del nuevo parque y auditorio, en 1987 cuando arrasaba en listas de ventas con el “sabor de amor”, llegaba Danza Invisible con un auditorio más lleno que nunca, disfrutamos uno de los conciertos más recordados por la juventud ochentera, dos años más tarde, ya en la nueva década año 1990, los conciertos se trasladaban al entonces estadio Sánchez Cánovas en desuso de tierra, donde gozamos como nunca con Rosendo y Los Secretos con el inolvidable Enrique Urquijo. Aquel año, la feria se ponía donde hoy está el Vega Plaza.
Los años 90 de gran glamour
Pero no solo eran los conciertos, nuestras fiestas, había que cenar, por aquel entonces se ponían muchas barracas, la de la plaza de la cruz hoy, pero entonces cruz de los caídos. En la plaza de los pensionistas, otra barraca como la de la Virgen del Río. La Calle de la Estación quedaba cortadas, el Bar Salzillo y la Tasca el Retiro, sacaban sus mesas a las calles para cenar a base de salchichas, tocinos, morcillas, chorizos a la plancha acompañados de buen jamón y Queso, con aquellas jarras de cerveza o sangrías que se vaciaban a la velocidad de la luz. Algo mismo ocurría en el bar la Higuera, mientras que Olayo y Cari servía campeones sin cesar.
Ya cenados era el momento de dar un paseo obligado por la feria, entonces muy céntrica, tras ser expulsada del parque de la compañía por falta de espacio, y con el derrumbe de la mítica fábrica “La Molinera”, los 90 fue lugar del recinto ferial hasta 1.998, estaba entonces, todo concentrado en muy poco espacio, la feria, las tómbolas, las barras, las barracas, las terrazas…. Con lo que a las fiestas de Molina le daba un gran glamour, os puedo asegurar que era cita obligada, para toda la juventud de la vega media, de Alguazas, de Lorquí, de Ceutí, de Fortuna, de Archena, Las Torres de Cotillas, y es que por aquellos años 80 y 90, eran la caña las fiestas.
La zona de diversión nocturna tras el paseo por la feria, eran las barras, el Benisan cita obligada, local que precisamente nació por unas fiestas, las de 1986, para luego ser legendario tomando el nombre de Benisan Molina 86, con gran éxito durante casi una década. Ya en los 90, la calle jesuita Ibáñez, plagada de locales de ocio, el Chevy, el punto Zero, el Celeste y tantos otros, que acompañados de altavoces, sonaba la música a todo ritmo y altos decibelios, congregaba en la calle, casi un millar de jóvenes y no tan jóvenes al ritmo de un ron con cola o jb con naranja o tal vez un gin Larios. Pero había un momento maravilloso para irse de las barras, cuando un tren, llamado el tren de la alegría, a lo charamita recorría las calles de Molina al son de la música de moda, que marcaba la banda municipal, ya con unas copas de más, había que seguir bailando, bebiendo y sin parar de reír, que bien lo pasábamos con aquel tren. Ya para las tres o cuatro de la mañana, las salchichas y los tocinos de la cena en el Salzillo quedaban en el olvido estomacal, y más al quinto cubata de la noche, o quizás más. Con el hambre en la madrugada, una gigantesca Paella se comenzaba a cocinar, para que a no tardar más de las 4 de la mañana, ya estaba sirviéndose a los festeros, paella que era una bendición a esas horas.
Había que rematar la faena tras la paella, con los últimos bailes con el estómago aliviado, para que el ritmo no parara, este lo hacía a las cinco de la mañana, a veces después aún, cerraran las barras y la se apaga la música, para ir en procesión a comer churros en la inmensa churrería Granada y otros a la bodega de la Fifi a tomarse un buen caldo con pelota y yema. Con aquel caldo, más de una vez, nos daban los primeros rayos de sol, de una noche, que, como cada noche en mis fiestas de Molina, eran interminables e inolvidables y nos íbamos a dormir. Pero había un amanecer de fiestas que no íbamos a la cama, después del sábado fuerte de fiestas, a partir de la 8-9 de la mañana, nos íbamos al motocross el domingo por la mañana sin dormir, irnos a ver las motos con las neveras, las sardinas, los tocinos y cerveza a gogó para desayunar.
Llegaba el último domingo de fiestas, ese día decíamos aquello, que era de verdad el día de fiestas de los molinenses, pues para nosotros el lunes era fiestas, mientras que los forasteros tenían que trabajar. Así llegábamos al último lunes de fiesta, ya con la resaca y los bolsillos vacíos, quedaba un momento muy emotivo y mágico, la romería con nuestra patrona y el juego de fuegos artificiales que son una referencia desde décadas en la Región, al ruido feroz de las campanas a la llegada de la madre de todos los molinenses, y aquel maravilloso castillo de luz, explosión y color, poníamos el punto final, aquí en Molina también “tarareábamos el pobre de mí”, pues daba mucha pena cuando se acaban nuestras fiestas, en aquellos maravillosos años. Créanme, los que vivimos en todo su esplendor, las fiestas de Molina de Segura, de los años 80 y 90, somos unos afortunados y privilegiados, que pronto, vuelvan aquellas fiestas que yo, y muchos de vosotros vivimos.