CULTURA

Bolitas

Firma paco tortosa

No entiendo por qué no vuelve. Hace tanto tiempo que se marchó que no sé si volverá. La verdad es que lo dudo. ¿Por qué no me deja en la calle? Claro que hay tantos peligros. Por eso debería llevarme con ella, yo se protegerla. Pero ya casi no aguanto. A ella le gustan las bolitas duras, por eso se las guardo, pero cuando las guardo mucho tiempo me  duelen dentro. Oigo pasos. Al otro lado de la puerta hay gente. Falsa alarma. No es ella. Odio a la gente cuando no es ella. No puedo más,  siempre lo mismo, el dolor es insoportable. Y todo por ella.

Acaso no sabe que las bolitas se pueden dejar en cualquier sitio. Yo se las guardo y vigilo, y ella cuando viene hace lo que quiera con ellas. No sé para que las quiere, pero, hay tantas cosa que ignoro.

Tampoco puedo hacer pis, eso la enfurece, me mira mal y me habla peor, y eso, me entristece para la eternidad, es decir, un rato, pero, lo paso tan mal.

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Oigo pasos. ¿Será ella?. Se paran. ¡Se oye algo tras la puerta! -¡Abre! -le grito. Y abre. Le cuento mi día, lo mal que lo he pasado, lo que la he echado de menos, que deseo correr, ver el sol, olfatear la hierba, pisar la tierra y no estar solo. Pero, ella no parece escucharme. Creo que a veces no me entiende. Se mete en la habitación prohibida donde ella deja sus bolitas y sus olores. ¿Porqué yo no puedo?.

Llega el momento, estoy desesperado, se oyen los sonidos de gloria, el arnés, la correa, y me llama. No me gusta nada que me aten, pero si es necesario para aliviarme, hago lo que sea. Me ata y tiro con todas mis fuerzas. No aguanto más.

Salimos, un poco de pasillo y se me escapan unas gotas, ella me mira y tiemblo. Esta habitación no me gusta. El suelo se mueve y nunca sabes lo que hay tras la puerta. Y siempre hay olores nuevos, a veces insoportables. Ya falta poco. Unas gotas y ella grita hasta que me paraliza. 

Abre la gran puerta y por fin la calle, olores, ruidos, pero al fin tengo permiso. Suelto unas gotas sin que ella me reprenda y por fin puedo soltar mis bolitas. Me pongo a ello pero ahora no salen. Parecen piedras demasiado grandes para pasar por mi agujero. Empujo, pero no. Empujo más. Ella ya tiene la bolsa en la mano. Quiero complacerla, pero no puedo. Y además me da vergüenza. Siento que todos me miran.

Por fin una bolita se abre camino, me abre el agujero. Tanto se abre que parece que la destrucción será total. Oigo un crujido. Creo que algo se ha roto en mi interior . Y de repente, la bolita sale. Pero se queda a medias. Empujo y nada.

Con la bolsa en la mano, ella me empuja con el zapato. Eso no ayuda. Luego morderé esos zapatos, si me acuerdo.

Por fin sale la bolita, y tras ella unas pocas más, cada vez mas blandas. Ella recoge las más duras y desecha las demasiado blandas, no le sirven. Y las guarda. ¿Que hará con ellas?

Ahora toca el pis. Y el martirio.

Me lleva por calles llenas de olores peligrosos llenos de enfermedades. Hay olores altos, amenazantes, enfermos, llenos de grasa, agresivos, tímidos, hembras en celo, machos que me comerán de un bocado y ella quiere que yo firme ahí diciendo – Aquí estoy yo.

Y que me coman.

O me enfermen.

Los que tenéis poco olfato no conocéis la tortura a la que nos enfrentamos cada día al entrar en calles llenas de firmas amenazadoras. 

Bueno, echo el pis donde puedo, ante la amenazante mirada de un sabueso y me pego a la pierna de ella para protegerla del peligro.

Y vuelta a casa, a las cuatro paredes y al pienso aburrido de cada día. A guardar las bolitas y aguantar el pis.

A mi me gusta correr, saltar y morder, creo que nací para eso, pero no me dejan hacerlo. Tal vez en otra vida.

Hay perros felices, claro. O casi felices.

Pero no son mayoría.

Los perros felices son los que pueden correr y saltar y perseguirse.

Son los que viven en una “cárcel” lo bastante grande o en un clima adaptado a sus necesidades. Son felices cuando no se les colocan trajes que atacan su olfato y su vista. Son felices cuando pueden depositar sus bolitas a la hora que más les place y pueden orinar en su cajón de arena a cualquier hora del día.

Son felices cuando salen a pasear y divertirse y no a ensuciar.

Coloca un cajón de arena a tu perro y hazle feliz. 

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